Lo que se escondía detrás de «Miss Simpatía»

Eduardo y yo nos conocimos en 2011 en un curso tan loco del que no haré publicidad...

Unas semanas más tarde coincidimos en otro, de autoestima.

Y entre tantos juegos de contacto y de hacernos cumplidos entre los asistentes, pues pasó algo.

Teníamos que mirarnos fijamente a los ojos durante unos minutos… y acabamos besándonos allí, en medio.

El resto iba rotando, pero nosotros nos saltamos todos los cambios de turno hasta que finalizó el ejercicio.

A la salida del curso me acompañó a casa y, bajo la lluvia, nos estuvimos besando apasionadamente.

Al día siguiente quedamos para dar un paseo por el Retiro… y seguimos caminando juntos desde entonces.

Cuando la gente nos preguntaba dónde nos habíamos conocido, yo decía que en un curso de autoestima.

Y fue curioso, porque el comentario que me hicieron todos mis amigos y familiares fue:

—“¿De autoestima? ¿Y para qué fuiste tú a un curso de autoestima?”

Les sorprendía muchísimo eso, ya que todos consideraban que yo tenía la autoestima por las nubes.

Siempre he sido súper extrovertida y la mar de simpática.

No es que lo diga yo, es que lo decían todos.

Pero la verdad era otra muy diferente.

Yo aprendí a ser aceptada a través de un personaje muy estudiado en mi infancia.

Descubrí que si hacía monerías, contaba chistes y estaba alegre, los demás me querían.

Era la “payasa” de la familia, pero no porque me saliera de forma genuina, sino por supervivencia.

La verdad que se ocultaba tras ese carácter enmascarado era una vergüenza reprimida.

De hecho, en su libro Curación y recuperación, el Dr. Hawkins menciona que muchas enfermedades autoinmunes, adicciones, trastornos alimentarios o depresión profunda tienen su raíz en la vergüenza reprimida.

Qué curioso que justo, justo, justo, con 28 años mi cuerpo colapsara debido a la Fatiga Crónica. (Enfermedad autoinmune con infinidad de síntomas, por si no la conoces).

El caso es que, hasta que yo no empecé a mirar dentro de mí de verdad, no fui consciente de lo absolutamente vergonzosa que era.

Jamás me mostré tal y como era a NADIE.

Me escondía tras actitudes aprendidas creyendo que yo era así…

El autoengaño era brutal.

Busqué muchas vías para sanar mi enfermedad, pero ésta no comenzó a revertir hasta que me enfrenté a mis sombras.

Y en ellas se escondían pensamientos que según se me pasaron por la cabeza, enterré en mi subconsciente a la velocidad del rayo:

— “Mi familia estaría mejor si yo no estuviera.”

— “No valgo nada.”

— “Doy asco.”

— “Todo es culpa mía.”

— “No puedo confiar en nadie (me van a humillar).”

— “Ojalá pudiera borrar mi existencia.”

— “Cada vez que abro la boca, la cago.”

— “Prefiero que crean que soy fría antes de que me vean débil.”

— “Si los demás supieran cómo soy en realidad, me rechazarían.”

— “Debo de ser horrible para que no me quieran.”

— “No soy suficiente (guapa, lista, simpática…) para que me acepten en ese grupo.”

— “Tierra trágame.”

— “Nunca debí haber nacido.”

— “Calladita estás más guapa.”

— “Estoy rota por dentro.”

— “No tengo derecho a estar aquí.”

¿Cómo era posible que, con esos pensamientos reprimidos, yo me mostrara de una forma tan opuesta?

Porque cuando me relacionaba por primera vez con personas que no me conocían, simplemente callaba y observaba.

En cualquier lugar, evento, fiesta…

Callar, observar y dar el paso solo cuando el entorno era seguro y sabía que mi personaje iba a ser aceptado.

En el momento en que mi ego sabía que sería bien recibido, sacaba toda la artillería de Miss Simpatía.

Nunca nadie sospechó que yo estuviera atrapada en la vergüenza.

Y mucho menos yo.

Cuando empecé mi proceso de sanación, tardé mucho en salir del pozo.

Estaba en lo más profundo de la escala de conciencia.

Es un estado de congelamiento del espíritu, donde no hay motivación ni apertura; solo retraimiento y represión.

Sentía que era YO quien estaba mal.

Me identificaba con el error principal.

No sentía ningún atisbo de valor, amor propio o merecimiento.

Durante más de una década he sentido el deseo de desaparecer de esta existencia.

Lo peor de todo es que, en este estado, interpretaba el mundo como una amenaza constante.

Veía rechazo incluso donde había aceptación.

Proyectaba culpa incluso cuando no la había.

No sentía el amor de Eduardo porque no creía merecerlo.

Y como dice Hawkins:

“La mente ve lo que cree. El nivel de conciencia determina lo que percibes.”

Estaba muerta en vida, y es algo que no le deseo a nadie.

Es por ello que mi obsesión ahora es ayudarte a salir del pozo.

Porque a mis 42 años me siento, por primera vez en mi vida, valiosa, merecedora de amor, fuerte y sana.

Porque puedo afirmar que han desaparecido casi todos los síntomas de la Fatiga Crónica.

Y los pocos que quedan son tan leves que puedo hacer vida como una persona normal.

Esto, hace 14 años, para mí era impensable.

Durante más de una década, mi vida fue una absoluta MIERDA.

No tenía energía ni para salir de la cama.

La relación con Eduardo era un desastre.

Cada vez acumulábamos más deudas.

Nada de lo que emprendíamos funcionaba.

Y la relación con nuestras familias iba de mal en peor.

El ego trataba de convencerme de que todo se solucionaría si yo desaparecía.

A veces fantaseaba con irme a otro país donde nadie me conociera.

Otras, directamente, deseaba que me fulminara un rayo y acabara con ese sufrimiento.

Afortunadamente, escuché también a esa parte cuerda de mi mente que me insistía en seguir mi camino.

Y gracias a ello, encontré la salida a mi cárcel mental.

Tengo la llave y te la quiero dar.

Si en algún momento has tenido pensamientos parecidos a los míos, siento ser tan dura, pero estás más cerca de la muerte que de la vida.

Solo te pido una cosa: no te rindas.

No te abandones.

Da un paso.

Mañana otro.

Pasado otro más.

Solo un paso a la vez.

Y en 90 días, ni te reconocerás tú, ni te reconocerán los de tu entorno.

Toma la llave

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