San Valentín, ¿sí o no?

El 14 de febrero se ha convertido en una fecha adorada por unos y odiada por otros.

Hoy te voy a dar mi opinión sincera, pero para ello, remontémonos a sus orígenes.

Te invito a que hagas un ejercicio de imaginación y viajes conmigo a la Edad del Bronce.

Aproximadamente en el 1800 a.C., en Italia, surgieron varias tribus y civilizaciones.

Son los denominados pueblos itálicos.

A finales de invierno, hacían sus rituales paganos para purificar la ciudad y asegurar la fertilidad del año.

De hecho, febrero viene de februa, un término latino que significa “purificación”.

Oficialmente, se realizaban rituales con agua, fuego y sacrificios para limpiar lo viejo y dar paso a lo nuevo.

Básicamente, lo que harían sería bañarse para dejar de oler a choto tras unos meses sin airear sus bajos.

Se calentaban al lado del fuego, se comían una buena carne a la brasa y bailaban en pelotas (o eso imagino).

Entre risas, bailes y roces, seguro que más de uno fecundaba a la moza de turno.

A mí, personalmente, me parece un ritual de fertilidad súper efectivo.

Estos pueblos fueron absorbidos formalmente por el Imperio Romano entre el siglo IV y III a.C.

Pero unos cuantos siglos antes, en la Roma Arcaica, ya se comenzaron a celebrar las Lupercales.

Entre el 13 y el 15 de febrero, realizaban un festival de purificación y fertilidad en honor al dios Lupercus.

¿Y qué hacían exactamente los sacerdotes luperci?

Sacrificaban cabras y un perro como símbolo de purificación.

Cortaban tiras de piel de las cabras sacrificadas y, corriendo semidesnudos, azotaban suavemente a las mujeres con ellas.

Creían que esto aumentaba la fertilidad y la salud reproductiva.

En serio, yo soy incapaz de imaginarme esta escena sin descojonarme.

Voy a pedirle al cabrero que, cuando haga matanza, me guarde la piel de las cabras en tiras.

Y voy a ir a centros de fecundación in vitro para regalarles tiras a quienes tienen problemas de fertilidad.

Daos un baño, comed un chuletón y azotad a vuestra mujer suavemente.

Por si acaso, recomendaría también a la mujer azotar al marido, que con eso de ponerse los móviles al lado de los huevos tienen los espermas atolondrados.

Pero vuelvo al tema, que me despisto.

Cuando el cristianismo ganó poder en Roma, el papa Gelasio I prohibió las Lupercales en el año 496 d.C.

Y las reemplazó por la festividad de San Valentín.

¿Y quién fue San Valentín?

Un sacerdote cristiano que casaba en secreto a las parejas cuando Claudio II prohibió a los soldados casarse para que fueran mejores guerreros.

Dicen que fue arrestado y ejecutado el 14 de febrero del 270 d.C., convirtiéndose en mártir del amor.

Justo, justo, justo en la misma época que las Lupercales… mmmm

¿Coincidencia o “adaptación”?

El caso es que, en el siglo XIV, Chaucer y otros poetas medievales comenzaron a vincular este día con el amor romántico.

En el siglo XIX, se empezaron a intercambiar tarjetas de San Valentín en Inglaterra y EE.UU.

Y hace menos de 100 años, el comercio lo convirtió en un día de regalos, flores y cenas románticas.

Estoy segura que en unos siglos verán esta celebración comercial tan absurda como azotar con tiras de cabra a las mujeres.

Entonces, San Valentín, ¿sí o no?

Depende de tu nivel de conciencia, como todo.

Cuando se celebra desde un nivel de conciencia bajo, el amor se mezcla con el deseo, la dependencia y la necesidad de validación externa.

Si lo celebras desde el apego y la carencia, es una trampa del ego.

Pero desde un nivel de conciencia elevado, como alegría, aceptación y gratitud, todo cambia.

Porque aquí el amor es incondicional, no exige ni tiene expectativas.

San Valentín puede convertirse en un recordatorio de la presencia del amor en todo, sin buscarlo fuera de nosotros.

Si lo usas como una oportunidad para compartir amor sin condiciones, no sólo a tu pareja, sino a todos los seres, puede ser un día precioso.

Vale, esto es muy bonito y filosófico, pero a nivel práctico, ¿lo celebro o no?

Todo depende de ti y de tu pareja.

Lo primero de todo, quitaos de la cabeza que es una OBLIGACIÓN.

Si lo celebráis porque es “lo que toca”, mejor no lo hagáis.

Porque solo lograréis acabar en un restaurante abarrotado, pagando el triple que cualquier otro día y rodeados de parejas incómodas que están ahí por obligación.

De verdad, la pregunta no es ¿lo celebro o no?

La verdadera pregunta que debes hacerte es ¿para qué lo quiero celebrar?

Si tu “para qué” no está alineado con demostrarle a tu pareja que la amas genuinamente, no lo hagas.

No sirven de nada los actos si no van acompañados de una intención coherente.

Apestan los regalos y detalles cuando vienen de alguien que lo hace para no sentirse culpable o pasar el trámite.

A nivel energético, se nota.

Y tu pareja quizás no sea consciente de ello, pero una parte de ella sentirá la incoherencia.

Así que, en lugar de pensar en regalos caros o restaurantes, haz esta reflexión:

¿De qué forma genuina puedo demostrarle hoy a mi pareja que la amo?

Y hazlo sin esperar nada a cambio.

Si estáis enfadados, tenéis heridas muy abiertas y os sentís incapaces incluso de celebrarlo, no lo hagáis.

El mejor regalo que os podéis hacer es centraros en sanar esas heridas para que el amor pueda fluir sinceramente.

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