Cara a cara con la suicida

Esta mañana al volver de Madrid hemos hecho una parada en el río Tiétar para ver cómo venía tras las lluvias.

El puente en el que hemos parado tiene unos miradores y Eduardo me ha dicho:

Acércate y atraviesa lo que sea”.

Nos retamos mutuamente y me conoce perfectamente.

Sabe que desde los 19 años he tenido pánico a las alturas.

La primera vez que lo sentí fue en Segovia con una amigas, al pasar por un puente gigante de piedra enorme por el cual pasaban coches.

Pero en cuanto puse mi pie en el puente, sentí como si el puente fuera a derrumbarse bajo mis pies.

Durante estos años ya me he enfrentado a ese miedo en múltiples ocasiones, pero Eduardo siempre me pone a prueba a ver si queda algo.

Quedaba algo.

En cuanto me he acercado, todo mi cuerpo se ha puesto rígido y me he empezado a marear.

Ese puñetero mareo que me hace dudar del control de mi propio cuerpo.

He empezado a observar las sensaciones de mi cuerpo con una atención como jamás lo había hecho.

He sentido el miedo a caerme y ahogarme.

Pero en cuanto he ido más allá de ese miedo, me he dado cuenta de un detalle.

Sentía como si tuviera unas manos en mi espalda empujándome para tirarme por el puente.

Pero no eran ajenas, eran propias.

Y me he dado cuenta de que mi miedo venía precisamente de mi “suicida” personal.

Esa parte de mí que me ha hecho abandonarme durante muchos años.

Que ha deseado morir silenciosamente y que no se ha cuidado en demasiadas ocasiones.

Pero en cuanto tenía una oportunidad para acabar con mi vida de golpe, se disparaba el pánico.

El miedo no era a las alturas.

El miedo era a lo que esa parte de mí deseaba hacer al estar en las alturas pero que nunca me había dado permiso para hacer consciente.

Me he plantado allí y me he propuesto quedarme hasta que no quedara absolutamente nada.

Me he permitido sacar a la luz aquellos pensamientos que censuré con tanta fuerza.

Me he visto saltando como una loca desquiciada que acababa ahogada arrastrada por la corriente.

Y he comenzado a dejar ir una a una todas las atracciones que sentía hacia la muerte.

Con cada capa que dejaba ir, sentía que una parte de mi cuerpo se liberaba y relajaba, recuperando paso a paso la movilidad.

Y después de decenas de aspectos atravesados, he comenzado a recordarme con 16 años.

Me fui con algunos compañeros del instituto a una excursión que organizó el profesor de Educación Física.

Fueron unos días donde no paramos de hacer actividades deportivas en la naturaleza.

Un día nos llevó a un puente de piedra y nos dijo que íbamos a descender por él haciendo rappel.

Cuando el profesor preguntó quién quería bajar primero, yo me propuse emocionada.

Estaba deseando bajar, me parecía lo más divertido que había hecho en mi vida.

Me parecía tan genial, que no entendía cómo el resto de mis compañeros había dado un paso atrás cuando lo propuso.

Recuerdo las palabras del profesor a mis compañeros chicos:

“Sara tiene más cojones que todos vosotros juntos”.

Descendí emocionada y me hicieron una foto en la que salía con una sonrisa de oreja a oreja.

“¿Dónde quedó esa Sara?”, me he preguntado.

Y de repente he caído…

Tres meses más tarde, murió mi abuela paterna.

Como nací el mismo día que su cumpleaños, heredé tras su muerte sus temas pendientes.

Y otros tres meses más tarde, murió mi abuela materna.

Como fui yo quien la encontró muerta, heredé sus temas pendientes.

Al hacerlo consciente me he echado a llorar mientras veía el río correr bajo mis pies.

Las lágrimas han terminado de limpiar los restos que quedaban de estos 26 años en los que he estado más cerca de la muerte que de la vida.

Y me he podido sentir en paz.

Mi cuerpo se ha relajado por completo mientras seguía en el mirador viendo el río pasar.

Pero el río ya no era tan feroz y peligroso.

El río ya no estaba tan alto.

De hecho, me parecía hasta divertido tirarme al río para darme un baño.

No sentía miedo.

Con la parálisis que tenía antes en el cuerpo no hubiera podido fluir con el río y me hubiera ahogado.

Ahora me sentía perfectamente capaz de nadar y disfrutar.

Cuando le he contado a Eduardo lo que había hecho consciente, me ha preguntado.

¿Y qué es lo que vas a hacer a partir de ahora?

Mi propósito es honrar a Dios disfrutando de la vida.

Para ello debo de estar más cerca de la vida que de la muerte.

Para ello quiero ser capaz de sentirme capaz de hacer lo que quiera con mi cuerpo.

Para ello voy a ejercitar mi cuerpo cada día, de la forma que sea.

Es curioso, porque todos estos años Eduardo ha estado insistiéndome que saliera de casa a que me diera el sol, que me moviera…

Siempre tenía algo súper importante que hacer delante del ordenador o dentro de la casa.

Pero cuando hemos llegado hoy, he sentido un rechazo horrible a quedarme dentro de casa.

Hemos colocado las maletas, me he cambiado, nos hemos ido a dar un paseo por la finca y luego me he ido a caminar 10.000 pasos.

Y cuando he vuelto, cansada y feliz, he decidido contarte mi pedrá.

Todo lo que nos ocurre tiene un por qué.

Todo se resume a heridas emocionales propias o heredadas.

Todo se puede resolver dejando ir.

No te abandones a ti mismo, deja ir y vive, carajo, vive.

Esta mañana al volver de Madrid hemos hecho una parada en el río Tiétar para ver cómo venía tras las lluvias.

El puente en el que hemos parado tiene unos miradores y Eduardo me ha dicho:

“Acércate y atraviesa lo que sea”.

Nos retamos mutuamente y me conoce perfectamente.

Sabe que desde los 19 años he tenido pánico a las alturas.

La primera vez que lo sentí fue en Segovia con una amigas, al pasar por un puente gigante de piedra enorme por el cual pasaban coches.

Pero en cuanto puse mi pie en el puente, sentí como si el puente fuera a derrumbarse bajo mis pies.

Durante estos años ya me he enfrentado a ese miedo en múltiples ocasiones, pero Eduardo siempre me pone a prueba a ver si queda algo.

Quedaba algo.

En cuanto me he acercado, todo mi cuerpo se ha puesto rígido y me he empezado a marear.

Ese puñetero mareo que me hace dudar del control de mi propio cuerpo.

He empezado a observar las sensaciones de mi cuerpo con una atención como jamás lo había hecho.

He sentido el miedo a caerme y ahogarme.

Pero en cuanto he ido más allá de ese miedo, me he dado cuenta de un detalle.

Sentía como si tuviera unas manos en mi espalda empujándome para tirarme por el puente.

Pero no eran ajenas, eran propias.

Y me he dado cuenta de que mi miedo venía precisamente de mi “suicida” personal.

Esa parte de mí que me ha hecho abandonarme durante muchos años.

Que ha deseado morir silenciosamente y que no se ha cuidado en demasiadas ocasiones.

Pero en cuanto tenía una oportunidad para acabar con mi vida de golpe, se disparaba el pánico.

El miedo no era a las alturas.

El miedo era a lo que esa parte de mí deseaba hacer al estar en las alturas pero que nunca me había dado permiso para hacer consciente.

Me he plantado allí y me he propuesto quedarme hasta que no quedara absolutamente nada.

Me he permitido sacar a la luz aquellos pensamientos que censuré con tanta fuerza.

Me he visto saltando como una loca desquiciada que acababa ahogada arrastrada por la corriente.

Y he comenzado a dejar ir una a una todas las atracciones que sentía hacia la muerte.

Con cada capa que dejaba ir, sentía que una parte de mi cuerpo se liberaba y relajaba, recuperando paso a paso la movilidad.

Y después de decenas de aspectos atravesados, he comenzado a recordarme con 16 años.

Me fui con algunos compañeros del instituto a una excursión que organizó el profesor de Educación Física.

Fueron unos días donde no paramos de hacer actividades deportivas en la naturaleza.

Un día nos llevó a un puente de piedra y nos dijo que íbamos a descender por él haciendo rappel.

Cuando el profesor preguntó quién quería bajar primero, yo me propuse emocionada.

Estaba deseando bajar, me parecía lo más divertido que había hecho en mi vida.

Me parecía tan genial, que no entendía cómo el resto de mis compañeros había dado un paso atrás cuando lo propuso.

Recuerdo las palabras del profesor a mis compañeros chicos:

“Sara tiene más cojones que todos vosotros juntos”.

Descendí emocionada y me hicieron una foto en la que salía con una sonrisa de oreja a oreja.

“¿Dónde quedó esa Sara?”, me he preguntado.

Y de repente he caído…

Tres meses más tarde, murió mi abuela paterna.

Como nací el mismo día que su cumpleaños, heredé tras su muerte sus temas pendientes.

Y otros tres meses más tarde, murió mi abuela materna.

Como fui yo quien la encontró muerta, heredé sus temas pendientes.

Al hacerlo consciente me he echado a llorar mientras veía el río correr bajo mis pies.

Las lágrimas han terminado de limpiar los restos que quedaban de estos 26 años en los que he estado más cerca de la muerte que de la vida.

Y me he podido sentir en paz.

Mi cuerpo se ha relajado por completo mientras seguía en el mirador viendo el río pasar.

Pero el río ya no era tan feroz y peligroso.

El río ya no estaba tan alto.

De hecho, me parecía hasta divertido tirarme al río para darme un baño.

No sentía miedo.

Con la parálisis que tenía antes en el cuerpo no hubiera podido fluir con el río y me hubiera ahogado.

Ahora me sentía perfectamente capaz de nadar y disfrutar.

Cuando le he contado a Eduardo lo que había hecho consciente, me ha preguntado.

¿Y qué es lo que vas a hacer a partir de ahora?

Mi propósito es honrar a Dios disfrutando de la vida.

Para ello debo de estar más cerca de la vida que de la muerte.

Para ello quiero ser capaz de sentirme capaz de hacer lo que quiera con mi cuerpo.

Para ello voy a ejercitar mi cuerpo cada día, de la forma que sea.

Es curioso, porque todos estos años Eduardo ha estado insistiéndome que saliera de casa a que me diera el sol, que me moviera…

Siempre tenía algo súper importante que hacer delante del ordenador o dentro de la casa.

Pero cuando hemos llegado hoy, he sentido un rechazo horrible a quedarme dentro de casa.

Hemos colocado las maletas, me he cambiado, nos hemos ido a dar un paseo por la finca y luego me he ido a caminar 10.000 pasos.

Y cuando he vuelto, cansada y feliz, he decidido contarte mi pedrá.

Todo lo que nos ocurre tiene un por qué.

Todo se resume a heridas emocionales propias o heredadas.

Todo se puede resolver dejando ir.

No te abandones a ti mismo, deja ir y vive, carajo, vive.

¿Te ha resonado esta reflexión?

Suscríbete para recibir contenido exclusivo y profundizar en estrategias para transformar tus heridas emocionales en crecimiento personal.

La Newsletter A La Que Tu Ego No Quiere Que Te Suscribas

Una pequeña dosis diaria de humor, verdad y conciencia para recordarte que tus relaciones son la vía más directa ver y sanar tus heridas.

Actualizas preferencias cookies