Crecer duele.
Observa a cualquier bebé cuando le crecen los dientes… llora a rabiar.
Pero no solo duele el crecimiento físico, también el emocional.
Naomi Eisenberger, psicóloga y neurocientífica, es pionera en el estudio del dolor social.
Demostró que el cerebro procesa el rechazo social en las mismas áreas que el dolor físico.
Crecer duele.
Observa a cualquier bebé cuando le crecen los dientes… llora a rabiar.
Pero no solo duele el crecimiento físico, también el emocional.
Naomi Eisenberger, psicóloga y neurocientífica, es pionera en el estudio del dolor social.
Demostró que el cerebro procesa el rechazo social en las mismas áreas que el dolor físico.
Para ello, su equipo realizó un experimento en el que los participantes eran sometidos a una resonancia magnética mientras jugaban un juego virtual llamado Cyberball.
Este juego consistía en lanzar una pelota entre tres jugadores: dos virtuales y el participante.
Al principio, los jugadores virtuales incluían al participante en el intercambio de la pelota, pero luego lo excluían deliberadamente, dejándolo de lado.
El rechazo social activó la corteza cingulada anterior dorsal y la ínsula anterior, áreas asociadas al procesamiento del dolor físico.
Cuanto mayor era la sensación de exclusión, más intensa era la activación en esas regiones.
Entonces, ¿qué tiene que ver esto con crecer?
Crecer emocionalmente implica enfrentarse a cambios difíciles, y esos cambios siempre están asociados a las relaciones.
No estamos diseñados para vivir en aislamiento.
Nuestra supervivencia, felicidad y desarrollo dependen directamente de nuestras conexiones sociales.
Quédate con esto: sin relaciones, no hay desarrollo.
Por eso no estoy a favor de aislamientos prolongados, por mucho estado meditativo que se alcance.
Si no te relacionas, no creces.
Relacionarnos con otras personas nos enfrenta a conflictos, pérdidas y fracasos.
Esto nos pone ante un dilema: o crecemos juntos o nos separamos.
El ego siempre elegirá la separación.
Parece la vía rápida y fácil porque utiliza argumentos convincentes como:
– “Si estar juntos nos duele tanto, dejará de doler cuando nos alejemos”.
– “No debería ser tan difícil relacionarse con alguien; nos equivocamos estando juntos”.
– “Estoy haciendo infeliz a mi pareja; será mejor darle libertad para que deje de sufrir”.
Una gran retahíla que taladra la cabeza sin parar.
Sin embargo, la separación no es la solución, menos aún si surge desde el conflicto.
A Eduardo y a mí nos ha pasado muchas veces.
Cuando tocaba crecer en nuestra relación, siempre enfrentábamos el mismo dilema:
¿De verdad es bueno seguir juntos?
¿No sería más fácil dejar de esforzarnos y que cada uno sea libre?
Pero tenemos dos armas infalibles contra el ego: dejar ir y la honestidad radical.
Al dejar ir las emociones con las que nos tortura el ego, podemos pensar con claridad.
Y al ser radicalmente honestos entre nosotros, llegamos a la raíz de las crisis.
Toda crisis es un momento crítico de cambio donde pueden surgir riesgos u oportunidades.
En nuestro caso, lo que nos ha mantenido unidos es nuestra determinación de tomar la decisión de romper la relación solo si estamos en paz. Jamás tomaremos la decisión estando en conflicto.
Ni por huída, ni por la necesidad de cumplir algún deseo insatisfecho del ego. (Sí, cualquier deseo proviene del ego, que es el único que cree que necesita algo externo para ser feliz.)
Si al sanar las pedrás correspondientes y alcanzar esa paz concluimos que es mejor separarnos, lo haríamos.
Pero cada vez que hemos atravesado una crisis y llegado a esa paz, ya no nos ha quedado ninguna duda sobre nuestra relación.
Eso sí: crecer en pareja duele… duele a rabiar.
Pero el tesoro escondido tras las sombras que destapa una crisis merece todo el esfuerzo.
Este juego consistía en lanzar una pelota entre tres jugadores: dos virtuales y el participante.
Al principio, los jugadores virtuales incluían al participante en el intercambio de la pelota, pero luego lo excluían deliberadamente, dejándolo de lado.
El rechazo social activó la corteza cingulada anterior dorsal y la ínsula anterior, áreas asociadas al procesamiento del dolor físico.
Cuanto mayor era la sensación de exclusión, más intensa era la activación en esas regiones.
Entonces, ¿qué tiene que ver esto con crecer?
Crecer emocionalmente implica enfrentarse a cambios difíciles, y esos cambios siempre están asociados a las relaciones.
No estamos diseñados para vivir en aislamiento.
Nuestra supervivencia, felicidad y desarrollo dependen directamente de nuestras conexiones sociales.
Quédate con esto: sin relaciones, no hay desarrollo.
Por eso no estoy a favor de aislamientos prolongados, por mucho estado meditativo que se alcance.
Si no te relacionas, no creces.
Relacionarnos con otras personas nos enfrenta a conflictos, pérdidas y fracasos.
Esto nos pone ante un dilema: o crecemos juntos o nos separamos.
El ego siempre elegirá la separación.
Parece la vía rápida y fácil porque utiliza argumentos convincentes como:
– “Si estar juntos nos duele tanto, dejará de doler cuando nos alejemos”.
– “No debería ser tan difícil relacionarse con alguien; nos equivocamos estando juntos”.
– “Estoy haciendo infeliz a mi pareja; será mejor darle libertad para que deje de sufrir”.
Una gran retahíla que taladra la cabeza sin parar.
Sin embargo, la separación no es la solución, menos aún si surge desde el conflicto.
A Eduardo y a mí nos ha pasado muchas veces.
Cuando tocaba crecer en nuestra relación, siempre enfrentábamos el mismo dilema:
¿De verdad es bueno seguir juntos?
¿No sería más fácil dejar de esforzarnos y que cada uno sea libre?
Pero tenemos dos armas infalibles contra el ego: dejar ir y la honestidad radical.
Al dejar ir las emociones con las que nos tortura el ego, podemos pensar con claridad.
Y al ser radicalmente honestos entre nosotros, llegamos a la raíz de las crisis.
Toda crisis es un momento crítico de cambio donde pueden surgir riesgos u oportunidades.
En nuestro caso, lo que nos ha mantenido unidos es nuestra determinación de tomar la decisión de romper la relación solo si estamos en paz. Jamás tomaremos la decisión estando en conflicto.
Ni por huída, ni por la necesidad de cumplir algún deseo insatisfecho del ego. (Sí, cualquier deseo proviene del ego, que es el único que cree que necesita algo externo para ser feliz.)
Si al sanar las pedrás correspondientes y alcanzar esa paz concluimos que es mejor separarnos, lo haríamos.
Pero cada vez que hemos atravesado una crisis y llegado a esa paz, ya no nos ha quedado ninguna duda sobre nuestra relación.
Eso sí: crecer en pareja duele… duele a rabiar.
Pero el tesoro escondido tras las sombras que destapa una crisis merece todo el esfuerzo.
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