Hoy te voy a contar una historia real.
Pero por confidencialidad cambiaré los nombres.
Adriana y Lucas llegaron a nosotros hartos de convivir en un bucle constante de conflictos.
Lo habían dejado y vuelto demasiadas veces.
Se querían muchísimo, pero parecían incompatibles.
Adriana no paraba de quejarse de que: Se sentía rechazada.
Ella era su última prioridad y él hacía lo que le daba la gana. Sentía que él no la escuchaba y desvaloraba sus emociones.
Por su lado, Lucas no entendía por qué ella le culpaba de sus problemas y pretendía que renunciara a su libertad.
Durante la consultoría, les hicimos unas preguntas clave:
“Adriana, ¿te has sentido rechazada y desvalorada con alguna otra pareja?”
– Con todas, respondió.
“Lucas, ¿alguna otra pareja te ha dicho que haces lo que te da la gana y no la valoras?”
– Todas, confesó.
Estaba claro: se estaban haciendo de espejo mutuamente y repitiendo patrones muy dolorosos.
Ambos deseaban una relación con complicidad y paz, pero sus heridas eran demasiado profundas para sanarlas sin ayuda.
En la sesión de Adriana descubrimos que el conflicto provenía de su linaje:
Su bisabuelo tuvo que trabajar desde niño y, por la presión, se refugió en el alcohol, descuidando a sus hijos.
Su abuela, por su herida de abandono, volcó todo su amor en su pareja, ignorando a sus hijos.
Uno de esos hijos desarrolló ataques epilépticos y acaparó toda la atención, sintiéndose su hermana (la madre de Adriana) rechazada y desplazada.
La madre de Adriana creció odiando la energía masculina y se casó para escapar de su hogar, pero no amaba a su pareja. Cuando Adriana defendió a su padre durante el divorcio, su madre volcó todo su odio en ella, rechazándola.
Sanar a su bisabuelo permitió liberar a Adriana de esa carga emocional.
Por primera vez, se sintió merecedora de amor.
Por su parte, la herida de Lucas tenía su raíz en su infancia:
Su hermana mayor abusaba de él, lo encerraba a oscuras en el baño e incluso le tapaba la cara con cojines.
Su profesora comenzó a castigarlo con frecuencia como medida ejemplar para el resto.
Sus compañeros se aprovechaban culpándole cuando ellos hacían alguna trastada.
Cuando le castigaban injustamente sin recreo por culpa de otros niños, a la salida del colegio se defendía pegándolos.
Las madres de sus compañeros lo amenazaban, culpándolo sin escuchar su versión.
Lucas creció en constante conflicto con la energía femenina y, por tanto, aprendió que: Si no quiero que las mujeres me encierren y me asfixien, tengo que estar fuera de casa.
La única forma que tengo de ser más fuerte que ellas, es siendo duro emocionalmente.
Haga lo que haga me van a culpar.
Como no me escuchan ni me creen, lo mejor es ignorar sus quejas.
Sanar a ese niño implicó entender que él era inocente y no merecía castigo.
Que tenía derecho a ser escuchado y tenido en cuenta por las mujeres.
Que todas las mujeres con las que se relacionó en la infancia actuaban según sus propias heridas.
Y que podía a partir de ahora, relacionarse de forma abierta y amorosa con ellas.
¿Por qué te cuento esto?
Para que comprendas que NUNCA ESTÁS DISGUSTADO POR LA RAZÓN QUE CREES.
Tu pareja siempre te hace de espejo, mostrando algo que necesitas sanar.
Sólo cuando rompas ese patrón podrás tener la relación que deseas.
Si quieres lograrlo, ya sabes, sólo tienes que reservar una hora con nosotros y te daremos claves para que puedas sanar.
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