Con 12 años tenía una amiga que siempre llevaba las gafas sucias.
Pero no sucias en plan un poco de polvo, sino algo exagerado.
Los cristales se veían blanquecinos, llenos de marcas de dedos grasosos.
Yo no podía parar de preguntarme cómo era capaz de ver a través de ellos.
Un día apareció con las cejas cortadas con las tijeras.
Una parte de las cejas normal y otra, pelada.
Cuando la vi, me asusté mucho y le dije:
“¿Pero por qué lo has hecho?”
Ella, en modo pasota, me respondió:
“Buah, el pelo crece.”
Mantra que a partir de los 16 años comprendí.
El caso es que su aparente tranquilidad a mí no me convenció mucho.
Seguía sin entender por qué alguien podría hacer algo así.
A día de hoy, mi respuesta es obvia.
Tenía las gafas sucias.
Pero no las físicas, que también, sino las mentales.
En alguna parte de su mente tenía una distorsión de su autopercepción.
Y, en un acto innovador, su ego le propuso una idea “creativa”.
Pero tienes que saber que las ideas del ego, más que creativas, son destructivas.
En lugar de unir, separan.
En lugar de ayudarnos a crecer, nos dejan morir.
Así que, cada vez que se te ocurra alguna idea, asegúrate de tener las gafas limpias.
Solo con una mente libre de conflictos podemos ver la realidad tal y como es.
Quizás no necesitas cambiar nada de ti.
Quizás solo tengas que limpiar tus gafas y ver la perfección que hay en ti.
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