Me enfrenté a un toro (literal)

Ayer, como cada día, fuimos a la finca a hacer nuestro fitness rural.

Nos gusta mover el cuerpo mientras hacemos algo productivo en contacto con la naturaleza.

El caso es que un vecino metió las vacas en la finca de al lado y algunas se colaron en la nuestra.

Llevamos años plantando árboles, y las vacas son increíblemente destructivas, así que había que sacarlas rápido.

Fuimos a llamar al «Fiera», el dueño de las vacas, pero, justo, ninguno de los dos llevábamos el móvil encima.

Mientras yo intentaba localizar a los vecinos más cercanos para que llamaran al Fiera, Eduardo entró en la finca y sacó a las vacas al camino.

Los vecinos no estaban, así que Eduardo fue corriendo a casa a por el teléfono.

Me dijo que continuara con mi fitness rural mientras él localizaba al ganadero.

Cuando llegué a la finca, vi que no habían puesto el pastor eléctrico junto a la puerta de entrada.

La valla era muy baja y ya había un toro con medio cuerpo metido en nuestra finca.

Cuando lo vi, me cagué.

Un toro no es algo que puedas ignorar fácilmente.

Además, parecía imperturbable ante mi presencia. Me miraba fijamente con una confianza brutal.

Normal… Si yo pesara más de 1.000 kg y tuviera cornamenta, también tendría esa confianza.

Pero mido 1,58 m, peso 47 kg y ni siquiera estoy fuerte (por ahora).

Me definiría como «flaqui-fofi».

La balanza estaba bastante descompensada.

Utilicé la puerta como barrera y comencé a cerrarla para reducir el espacio y forzar al toro a retroceder.

Pero ni se movió.

Le importaban tres mondongos que yo estuviera ahí poniéndole la puerta en la cara.

Me miraba como diciendo: «Huelo tu miedo tras esa barrera».

Estaba tan tranquilo que agachó la cabeza y se puso a comer el seto

de árboles y arbustos que hemos plantado.

Un seto que hemos estado regando a diario (manualmente) durante todo el verano para que no se nos murieran las plantas.

Encima, se puso a comer cerca de un roble bebé que amo. Y eso ya sí que no.

Dejé de esconderme tras la barrera, me encaré delante del toro y le dije tajantemente:

“¡Basta ya! ¡Fuera de aquí! ¡Vete a comer al otro prado!”

Y, sorprendentemente, el toro retrocedió, obedeciendo a una piltrafilla de 47 kg.

Se quedó tras la valla, esperando a que me despistara para volver a entrar.

Pero me mantuve tranquila y firme, con una mirada de: «Ni se te ocurra».

Con las relaciones de pareja pasa igual.

Cuando nos tocan una herida, aparece nuestro “Miura emocional”.

Esa parte inconsciente capaz de arrasar con todo lo que hemos cultivado en la relación.

Pero, si la pareja es capaz de hacer esto, puede torearlo:

No te lo tomes como algo personal: El toro no comía mi prado por fastidiarme, sino porque tenía hambre.

No reacciones atacándolo: Si hubiera perdido la calma y me hubiera comportado como una loca del ñoco, podría haberme embestido para defenderse.

Ten claros tus límites y dilo directamente: Esconderte tras la barrera no funciona, así que NO hables con indirectas.

Actúa con confianza: No importa tu tamaño, estatus o formación, sino tu determinación. Pasé de sentir miedo a sentirme invulnerable en un instante.

 Hace años hubiera huido, echado a llorar y esperado a que alguien me solucionara el problema.

Pero la confianza es algo que se consigue al enfrentarte diariamente a tus miedos más profundos.

Podemos enseñarte a atravesar esos miedos para que sepas torear el «Miura Emocional» de tu pareja.

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