Alergia: el grito del alma

El domingo fuimos a la finca de nuestra sobrina.

Tiene caballos y se me desató la alergia.

No es la primera vez que me pasa, me dan alergia desde los veintitantos años.

Y no solo los caballos, he tenido alergias múltiples desde los 15 años.



Cuando llegamos a casa, Eduardo me guió para encontrar la raíz.

Es un tema que ya había trabajado con anterioridad.

La primera vez que monté a caballo fue cuando hice el curso de monitora de tiempo libre.

Después de esa actividad teníamos una ruta en bicicleta.

Yo tenía asma desde los 15 años también.

Y en cuanto me monté en la bicicleta, vi que mis pulmones no respondían.

No podía seguirle el ritmo al grupo.

Avisé a un coordinador y le dije que me daba la vuelta.

Mejor una retirada a tiempo que perderme por el camino y no saber regresar.



Cuando llegué al albergue, me vio la jefa.

Y se puso a gritarme histérica.

Que cómo se me ocurría volver…

Que si estaba con un grupo de niños, qué iba a hacer…

Que no podía abandonar una actividad a medias…

Entre silbidos pulmonares yo le explicaba que era asmática.

Le argumentaba que en caso de hacer la actividad con los niños, delegaría la responsabilidad en otro monitor más capacitado.

Pero no escuchaba.

Solo gritaba como una loca mientras yo estaba en plena crisis.



La siguiente vez que monté a caballo, me dio una alergia infernal.

Y desde entonces, cada vez que he estado cerca de caballos ha pasado lo mismo.



Ya había recapitulado esa escena en el pasado.

Pude conectar con emociones no procesadas, como la ira reprimida.

Y al darme permiso para vivirla, me tranquilicé bastante.



Pero había algún aspecto que se me estaba pasando por alto…

Y era el juicio que emití contra ella.

El domingo me puse en su lugar y pude sentir el dolor intenso que ella sufría en todo su cuerpo.

Fibromialgia.

Me vino un recuerdo fugaz de un comentario que su hijo hizo acerca de que estaba enferma.

Pero nunca demostró un ápice de debilidad durante los cursos o campamentos.

Era dura como piedra, aparentemente.

Pero volcaba ese dolor en críticas hacia los monitores.

Y ver mi debilidad le sacó los demonios.

Pude comprender que en su infancia no le permitieron expresar sus emociones, y de ahí su comportamiento.

Y al comprenderla, la alergia desapareció.



No somos conscientes de lo que nos condena cada uno de los juicios que emitimos hacia los demás.

Juzgar a otro, por muy justificado que parezca, solo nos daña a nosotros mismos.

En mi caso, mantenía activa una alergia que podría haber desaparecido hace años.

Creemos que nuestros pensamientos son completamente inofensivos, pero no.

Nuestros pensamientos están constantemente creando nuestra realidad.

Nuestro cuerpo grita lo que no hemos querido sentir.

Y al dejarlo ir, podemos sanar.

Física, mental y emocionalmente.

Solo hay que tener paciencia y persistencia, dejando ir cada aspecto hasta liberarnos por completo.

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Con amor, Sara y Eduardo

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