BesuEgos en hora punta

Durante toda mi infancia, la hora de la comida era una pesadilla.

Nunca tenía hambre y siempre tenía dolor de tripa.

Intolerancia al gluten y a la lactosa no diagnosticadas, porque en esa época no hacían las pruebas.

Cuando por mi cuenta me quité la lactosa con 15 años, el dolor de tripa no se fue, pero supe por primera vez lo que era tener hambre.

Y comencé a engullir la comida.

A esto súmale que, cuando trabajaba en las agencias de publicidad, el estrés me hacía comer aún más rápido.

Y cuando comenzamos a salir, Eduardo flipó.

Porque en menos de 10 minutos había limpiado el plato.

(A todo esto hay que especificar que él tarda más del doble que cualquier persona normal en comer).

Además, hay estudios que demuestran que masticar bien la comida es vital para tener una buena salud.

Así que, durante 13 años, ha estado parándome cada vez que comíamos para que respirara, tomara aire y comiera relajada.

13 años x 365 días al año = 4.745 veces que ha intentado cambiar mi comportamiento.

Al principio creí en lo que me decía y me sentía avergonzada por ello:

“Yo tenía tan mala salud porque engullía”.

Luego comencé a sentirme culpable por no ser capaz de masticar hasta hacer la comida papilla.

Más tarde intenté controlarme activamente por miedo a que me dijera algo.

Después comencé a desear que dejara de pararme todas las comidas, así que cada vez que me paraba, yo dejaba ir las emociones.

Y finalmente, hará cosa de un año, conecté con la ira, no lo soporté más y desaté a mi Hulk:

“¿¿¿¡¡¡¡NO TE DAS CUENTA DE QUE ESTO NO FUNCIONA!!!!!??? ¡¡¡DÉJAME COMER EN PAZ!!!”

Y una tanda infinita de improperios, seguidos de llantos descontrolados.

Le amenacé seriamente con mandarle a la mierda si volvía a pararme a la hora de comer.

Funcionó una temporada.

Él, callao y conteniéndose como podía.

Hasta que, unos meses más tarde, volvió a decírmelo.

En esa época yo conecté con el orgullo y le dije que era a él a quien le molestaba, así que se lo hiciera mirar.

Yo iba a comer como me saliera de los pelendreques.

El caso es que después de eso hemos estado una temporada la mar de tranquilos.

Hasta hoy, que estábamos comiendo y, de repente, me hace un gesto de pausa con las manos:

—“¿Puedes pararte y mirar si estás comiendo demasiado rápido?”

—“¿Puedes pararte y mirar por qué te altera que yo coma rápido?”

Se ríe y reflexiona.

—“Sí, la verdad que me pone nervioso”.

—“¡Ajá!”

—“Pero sé que es una estrategia para no mirar por qué estás comiendo rápido”.

Touché.

Me río.

Nos miramos, vemos que no tenemos salida.

Ambos cerramos los ojos y atravesamos nuestras respectivas pedrás.

Yo veo que realmente estaba estresada por tener que dejar la maleta hecha antes de la sesión de esta tarde.

Él deja ir los nervios que le produce comer con alguien estresado, porque en su casa solían estar bastante alterados.

En menos de un minuto estamos los dos en paz y terminamos de comer tan a gusto.

Si no nos paramos a dejar ir, esto se habría convertido en una conversación de besuEgos.

Que si tú estás proyectando en mí que yo proyecto en ti lo que en realidad tú tienes dentro de ti…

Esas cosas no van a ninguna parte.

Es curioso, porque yo primero tuve que elevar mi nivel de conciencia desde la vergüenza hasta el deseo para realmente querer dejar de comer así.

Pero cuando yo resolví mi conflicto inicial, tenía que seguir comiendo rápido, para que Eduardo viera el suyo.

Y no fue hasta que elevé mi nivel de conciencia hasta el orgullo que no me di cuenta de que la pedrá también era suya.

Como siempre digo, nos juntamos con parejas que tienen heridas compatibles con las nuestras.

Si yo no hubiera estado realmente estresada hoy, no me habría tomado la carne picada como si fuera sopa.

Así que Eduardo no me habría dicho nada, como en los últimos meses.

Si él no tuviera nada, no se preocuparía de mi velocidad de deglución.

Si yo no tuviera nada, no me habría saltado el personaje Risillas, que solo sale cuando le pillan…

Afortunadamente estamos entrenados, y aunque de vez en cuando nos atasquemos, podemos tener la comida en paz.

Tú también puedes tener la fiesta en paz

Con amor, Sara y Eduardo

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