La borrasca ayer nos puso a prueba.
Vivimos en medio del campo, cerca del río Arbillas en Arenas de San Pedro.
Jamás habíamos visto llover con tanta fuerza.
Era como si hubieran abierto las compuertas del cielo.
Una cascada de kilómetros caía sin cesar.
El problema no era estar dentro de casa, que ahí estábamos bien.
El problema es que teníamos que salir de viaje a Madrid por la tarde.
Cuando salimos de casa a eso de las 17:30h alucinamos con el paisaje.
En lugar de ver los prados de los vecinos como siempre, parecía que todos tenían grandes lagunas.
La tierra no tragaba más agua.
Comprendí claramente la expresión de “llover sobre mojado”.
Desde nuestra casa hasta la carretera principal hay un camino de tierra bordeando el río Arbillas y fuimos por allí.
Podríamos haber ido por el camino que va hacia Candeleda, pero es que jamás se os hubiera pasado por la cabeza lo que encontraríamos.
El río había crecido muchísimo y venía con una fuerza brutal.
Allá donde miráramos se habían formado pequeños ríos que iban inundando todo a su paso.
Y en el camino se habían formado grandes charcos donde jamás habíamos visto.
Uno de esos charcos era más profundo que los habituales y al atravesarlo el motor del coche se mojó.
El coche se paró en seco allí en medio de los regueros de agua y comenzó a salir humo del capó.
Y mi guionista catastrófico de películas serie B aprovechó la jugada para disparar su metralleta de negatividad:
“Ya no llegamos a Madrid”
“Pues si no podemos ir hoy y sigue lloviendo así, mañana no vamos”
“Eduardo ha pagado por el curso de mañana, pues perdemos el dinero”
“Estamos aquí atascados en medio del charco, ¿cómo carajo vamos a volver a casa?”
“Este camino no tiene nombre, aunque llamemos a la grúa, ¿cómo van a saber llegar hasta aquí?”
“Sale humo del capó ¿y si empieza a arder el coche?”
“J**** encima acaba de aparecer un vecino con su furgoneta y no puede pasar”
“Estamos bloqueando el camino, como aparezcan más vecinos la liamos”
“Lo único que nos falta, cabrear a los vecinos”
“Acabamos de pagar 400€ para arreglar el coche y pasar la ITV para que se muera ahora”
“Lo único que nos falta, quedarnos sin coche, viviendo en medio de la nada, no tendremos forma ni de ir a comprar comida”
“Eduardo ha tenido que salir para mirar el motor y se ha mojado las zapatillas, a ver si va a coger frío y se va a enfermar”
“Encima los del seguro nos dicen que si el de la grúa considera que no es avería sino extracción, nos van a cobrar 315€”
“No me puedo creer que se nos vaya el dinero de esta forma con el coche”
“No para de llover, cada vez hay más agua, ¿y si viene una riada?”
“Para rematar este coche es tan viejo que no funciona mi ventanilla”
Y ahí, el guionista comenzó a recrearse, mostrándome cómo el agua había crecido tanto que no podía hacer fuerza para abrir la puerta por la presión.
No podía bajar la ventanilla y no tenía nada con lo que romper el cristal.
Me veía golpeando el cristal con esta fuerza bruta que me caracteriza, incapaz de abrir un tarro de pepinillos…
Y me vi encerrada en el coche, tomando mi último aliento antes de morir ahogada dentro.
El miedo se apoderó de mí, todo mi cuerpo comenzó a reaccionar ante el peligro de muerte y me puse a hacer lo único que podía hacer.
Orar al Espíritu Santo para que me devolviera la cordura.
No pedí que nos salvara o que nos protegiera.
Le pedí que me ayudara a ver la situación con sus ojos.
Y comencé a dejar ir cada una de las negatividades que surgieron.
Vi claramente mi adicción emocional al catastrofismo.
Me di permiso para sentir plenamente cada una de las emociones y me di cuenta de que no eran mías.
Venían del inconsciente colectivo.
Conecté con la Dana de Valencia y con cada una de las riadas que han acabado con la vida de miles de personas.
Y al dejarlo ir, me quedé tranquila, observando el paisaje.
De repente me vino una idea a la cabeza:
“¿Y si esto no fuera una desgracia sino una bendición?”
Estar allí parados podría habernos salvado de un accidente de coche más adelante.
O quizás solo servía para que yo soltara las múltiples pedrás en la cabeza, que eso ya es un regalazo.
Y justo cuando nos llama el de la grúa para preguntar la ubicación exacta, el motor del coche se seca y Eduardo consigue arrancar.
Pudimos llegar al pueblo aunque el coche no iba muy bien.
Allí le pedimos el coche al padre de Eduardo y con ese logramos venir a Madrid.
Hacía mucho tiempo que mi guionista no se desbocaba tanto.
Pero no hay nada que con un buen entrenamiento no se pueda superar.
Dejar ir las negatividades fue lo que me hizo poder estar en paz.
Pedirle cordura al Espíritu Santo fue lo que me hizo recordar que yo estaba entrenada para eso.
A veces se nos olvida que tenemos recursos y habilidades.
Es por eso que cuando la voz chirriante del ego no pare de torturarte, pide ayuda a la voz que te saca de la locura.
Cada vez que no te sientas contento, es porque estás escuchando al maestro equivocado.
Recuerda que dentro de ti tienes dos maestros con objetivos opuestos.
Pide ayuda a aquel cuyo único objetivo es tu perfecta paz y felicidad.
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