El secreto que mi abuela quiso llevarse a la tumba

Esta noche he tenido una pesadilla horrible.

Estaba en la playa con mis padres y hermanos, y decidíamos darnos un baño.

El mar se embravecía y no teníamos nada a lo que aferrarnos.

Las corrientes nos separaban.

Yo naufragaba sola durante varios días hasta que lograba pisar tierra de nuevo.

Pero, estando en la orilla de la playa, un viento huracanado comenzaba a

soplar.

El viento me arrastraba de vuelta al mar, donde no quería volver.

Con todas mis fuerzas, iba en contra del viento para buscar un refugio.

Me metía en un edificio, pero el viento rompía los cristales.

Quebraba paredes y arrastraba con su fuerza todo hacia el mar.

No había un lugar seguro en el que resguardarse.

Me he despertado completamente agitada.

En la psicología de Jung, este sueño sugiere una gran transformación.

Las estructuras familiares o personales ya no pueden sostenerme como antes.

Puede simbolizar un proceso de individuación, en el que debo enfrentarme a mis emociones más profundas.

El mar y el viento representan las fuerzas inconscientes que me empujan aun renacimiento.

Mi inconsciente me estaba llamando a integrar aspectos reprimidos o aprepararme para un gran cambio en mi vida.

Saber estas cosas no sirve de nada porque no tranquiliza una mierda.

Estaba emocionalmente demasiado revuelta, así que me he puesto a bucear en mi mente.

Siguiendo las sensaciones del cuerpo, sentía algo de verdad infernal.

Era una sensación que me daba la impresión de que me iba a matar.

Al principio, me ha costado bastante dar con el origen.

Pero si algo me caracteriza es que soy más cabezota que mi ego.

Y he podido encontrar la causa en mi linaje.

Mi abuela materna se quedó embarazada con 18 años sin estar casada.

En 1934, eso era socialmente inaceptable.

Suponía una mancha de deshonra tanto para la mujer como para su familia.

La sociedad estaba profundamente influenciada por la moral católica y las normas tradicionales.

La condena social hacia las madres solteras era brutal.

He sentido tal vergüenza, culpa y rechazo que, por un momento, creía que iban a poder conmigo.

He comprendido por qué mi abuela fue incapaz de reconocerlo incluso con 82 años.

Es un secreto que quiso llevarse a la tumba.

Pero cuando mi hermana y yo comenzamos a preguntarle por fechas de su vida, descubrimos la verdad.

—Abuela, no puede ser, dices que el tío Juanito nació seis meses después de casaros.

—Ay, no sé, hace mucho tiempo… He debido de olvidar las fechas.

No, las fechas eran exactamente esas, lo comprobamos con su libro de familia.

He tenido que darme permiso para sentir plenamente lo que ella fue

incapaz de procesar en su vida.

Ella no tuvo las herramientas que yo tengo ahora.

Y aunque yo no tenga hijos, tengo sobrinos.

No voy a permitir que esta herencia recaiga sobre ellos.

Quiero que sean íntegramente libres.

He luchado contra mi mente un buen rato.

Por momentos, he sentido que el mar emocional iba a engullirme para siempre.

Pero nunca es para siempre.

He podido atravesar la tormenta y comenzar a percibir esa situación desde el amor.

Abuela, tú eras inocente.

Abuela, tú no merecías condena.

Abuela, la sociedad estaba completamente enajenada en esa época.

Dios no te iba a condenar por tu pecado, porque sabe que amar no es un pecado.

Dios no te iba a juzgar, porque sabe que tú eres su perfecta hija y que no has hecho nada malo.

Abuela, mereces amar y ser amada.

Abuela, mereces estar en paz y pasear orgullosa con tu hijo y el abuelo.

He podido sentir a mis abuelos abrazados en paz en esa época.

Sonriendo, felices, formando una familia sin necesidad de cumplir expectativas ajenas.

Y yo he sentido una gran liberación.

A veces, el inconsciente tiene que sacudir mi mente en sueños para que mire allá donde no me había atrevido.

Pero siempre esconde un gran tesoro.

Viendo la inocencia en mi abuela, puedo reconocer la mía.

Viendo el amor en esa experiencia, puedo abrir los ojos al amor en mi vida.

Viendo la fortaleza de mi abuela para soportar esa situación, puedo sentir lamía.

Abuela, me siento realmente orgullosa de ser tu nieta.

Abuela, te bendigo y te honro.

No somos conscientes de lo mucho que nos limitan los conflictos de nuestro linaje hasta que los sanamos.

Muchas veces, tenemos la sensación de estar chocando contra un muro invisible y no somos capaces de comprender por qué.

Esta capacidad de sanar al linaje no requiere de super poderes.

No soy diferente a ti en absoluto.

Tampoco requiere de hipnosis.

Sólo hay que saber seguir el cuerpo y entender su idioma.

El cuerpo no miente y tiene todas las respuestas.

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