Guerra de egos… ¿quién ganó?

Hacía tiempo que no me iba tan feliz y satisfecha a dormir como ayer.

No es porque tuviera un día maravilloso.

De hecho, se podría calificar de día de mierda en toda regla.

Por la mañana nos propusimos, Eduardo y yo, grabar unos vídeos deformación.

Llevábamos tiempo retrasando el día de grabación y decidimos que de ayer no pasaba.

A ver, en mi cabeza, si cada vídeo tiene una duración de unos 20 minutos, lo haríamos rápido.

Quería hacerlo sencillo, sin complicaciones.

Cuanto antes los dejáramos hechos, mejor.

Comenzamos a grabar y Eduardo empieza a quedarse callado cada dos por tres.

Él contaba con que luego editaríamos el vídeo.

Yo solo quería evitar horas de edición.

En una de sus múltiples pausas, le di unos toques con la pierna para indicarle que era su turno.

Las chispas empezaban a saltar.

Él no quería que le metiera prisa.

Y cada vez que yo entraba en flow hablando, él paraba en seco.

Después de varios tiras y aflojas, nuestros egos nos arrastraron a su terreno.

Os juro que quería mandar a la mierda a Eduardo.

Él también quería mandarme a mí a la mierda.

Yo solo pensaba que él era un lastre y que, si lo hiciera yo sola, ya lo habría resuelto.

Él se sentía machacado y desvalorizado por mí.

Acabé llorando.

Eduardo acabó pagándolo contra el saco de boxeo.

Cuando los egos aflojaron y pudimos salir de su posesión, hablamos.

Yo le dije que quería mejorar a su lado, que no quería hacerlo sola.

Él se relajó y pudimos dejar ir las emociones.

Grabamos el primer vídeo del tirón y nos dio el subidón.

Pero cuando fuimos a grabar el segundo, Eduardo sufrió el ataque de la cara de Apio.

El resultado fue desastroso.

Decidimos hacer una parada para comer y continuar luego.

Por la tarde decidimos regrabar el segundo vídeo.

Pero Eduardo seguía con la cara de Apio y a mí me estaba sacando los demonios de nuevo.

Comencé a guiar unos ejercicios de liberación a través del rostro, pero él no me seguía.

Estaba atolondrado, decía que lo intentaba, pero no le salía.

Estallé.

Le dije que lo que su cara decía era:

“Voy a esperar a que Sara se harte para no hacerlo”.

Él me juraba y perjuraba que quería grabar y salir de ese estado.

Dejamos de intentar grabar para mirar dentro.

Fue ahí cuando, tras unas preguntas, Eduardo identificó lo que le pasaba.

Cuando era niño, odiaba tanto los deberes que los dejaba para el último momento.

Y si se hacía demasiado tarde, su madre le decía:

“Déjalo y vete a dormir”.

“Pues ya puedes atravesarlo, porque yo no soy tu madre y no me pienso acostar hasta que esto no esté hecho”

Mientras él se encargaba de lo suyo, fue cuando yo hice consciente lo mío.

Yo también fui una gran procrastinadora de los deberes del colegio.

Mis padres no llegaban a casa del trabajo hasta las 22:00 h.

Mi abuela no supervisaba lo que hacíamos.

Así que esperaba hasta el último momento para hacer los deberes deprisa y corriendo.

Por tanto, ayer éramos dos niños enfadados por no poder procrastinara nuestra manera.

Yo solo quería hacerlo rápido.

Él solo quería que yo le levantara el “castigo” de tener que hacerlo.

Obviamente, de forma inconsciente.

Cuando ambos hicimos conscientes nuestros patrones, pudimos sanarlos.

Y grabamos el segundo vídeo del tirón.

Pero, entre unas cosas y otras, terminamos a las 20:00 h.

Eso sí, la sensación de paz que teníamos los dos era impresionante.

Y la conexión entre ambos se fortaleció aún más.

Fue dura la guerra de egos, pero ganamos la batalla.

Trabajar con la pareja es doblemente retador.

Porque, al final, todo lo que hacemos a lo largo del día nos involucra de un modo u otro.

Sin las herramientas adecuadas, no seguiríamos remando juntos.

Pero sabemos que nuestras sombras ocultan tesoros que no podíamos ni imaginar.

Ayer desenterramos unos lingotes de amor y paz.

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