Mis abuelos salieron del pueblo buscando una vida mejor para sus hijos.
En los años 60 dejaron atrás una vida entera para comenzar otra en Madrid.
Lejos de su familia, lejos de sus amigos, lejos de su tierra.
No fueron años fáciles.
Mi padre tuvo que trabajar desde los 14 años.
Trabajaba de día, estudiaba de noche y se sacó la carrera de Física.
Me sigue pareciendo una proeza heroica.
Dicen que el hambre agudiza el ingenio.
Por esa regla, el comer mucho lo atrofiaría.
¿Será por eso que cada vez estamos más empanados?
… … …
Regreso a mis abuelos.
Con la ayuda de mi padre, compraron un piso en el barrio de la Concepción.
Y plantaron a la entrada una palmera.
Recuerdo esa palmera bajita y regordeta.
Mis abuelos vivían en el primer piso, y sus hojas comenzaban a tocar el balcón.
Cada sábado íbamos a su casa.
Enfrente estaba la fábrica de la pastelería Mallorca.
Siempre olía a dulces…
Al lado había una cafetería donde vendían sus productos.
Muchos sábados hacíamos parada allí para comprar alguna ensaimada.
Mi abuelo guardaba todas las cartas que le enviaban del banco y de publicidad.
Nos sentaba en un escritorio.
Y mi prima y yo aprovechábamos la parte de atrás de esas cartas para nuestros juegos.
Nos encantaba jugar a pensar palabras rápidamente.
Creábamos categorías y le pedíamos a algún adulto que escogiera una letra al azar.
Teníamos que completar todas las categorías en menos de un minuto.
Quizás por eso me guste tanto escribir.
Mis abuelos fallecieron hace más de 20 años.
Vendimos su casa y no había vuelto a pasar por delante hasta ayer.
Si no me lleva mi padre, no hubiera sido capaz de volver.
El barrio ha cambiado mucho.
Ya no está la fábrica de Mallorca.
Ni la cafetería que nos volvió adictos a sus pasteles.
Han reformado la casa de mis abuelos.
Ya no tiene los ladrillos vistos.
Ahora han puesto en la fachada unas planchas blancas y parece una construcción fashion.
Pero la palmera que plantaron mis abuelos sigue ahí.
Ahora se alza majestuosa, superando los dos pisos.
Si no es por ella, no reconozco mis orígenes.
Mis abuelos sembraron algo que trascendió a ellos.
No solo la palmera, sino su amor hacia nosotros.
La vida cambia constantemente.
Pero solo aquello que es verdaderamente importante, permanece.
Esa palmera es un símbolo del amor que mis abuelos sembraron en mí.
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