Me hicieron bien pero me acabaron mal

Con 16 años fui por primera vez al fisioterapeuta.

Me dio una lumbalgia tras hacer un sobreesfuerzo en un entrenamiento de natación.

Fue ahí cuando, por primera vez, tomé conciencia de mi estado físico.

El fisio estaba realmente preocupado.

No entendía cómo una chica tan joven tenía tan mal la espalda.

La describió como el caparazón de una tortuga.

Mi mandíbula estaba más tensa que la de un pitbull.

Tenía la hiperlordosis más exagerada que había visto en su carrera profesional.

En una de las sesiones me dijo:

“Tus padres te hicieron bien, pero te acabaron mal.”

Me pareció algo obvio.

Yo ya me sentía defectuosa e imperfecta.

Ahora tenía la confirmación de un experto.

Así que, durante años, fui reforzando en mi mente esa idea.

Cada vez que tenía algún síntoma físico, pensaba: “Es que me acabaron mal.”

Ni siquiera reforzaba en mi mente la idea de “me hicieron bien.”

Esa la ignoraba.

La visión del mundo y de ti mismo cuando te identificas tan solo con el cuerpo es deprimente.

Todo en este mundo es perecedero y está condenado a la muerte.

Mires por donde mires, solo hay enfermedad, dolor, sufrimiento, guerras, maldad…

¿Dónde se supone que está Dios?

El problema del mal es uno de los dilemas más antiguos y complejos.

Si Dios es omnipotente, tiene el poder de eliminar el mal.

Si Dios es omnisciente, sabe que el mal existe y cómo eliminarlo.

Si Dios es omnibenevolente, desea eliminar el mal.

Sin embargo, el mal existe.

Entonces, ¿cómo podría coexistir un Dios con estas características con el mal?

A lo largo de mi vida, esa pregunta me ha obsesionado.

En el instituto tuve mucho conflicto con mis creencias.

No podía creer en el dios que me había vendido la iglesia.

Exploré muchas filosofías espirituales, pero no encontraba coherencia.

Durante años estuve convencida de la teoría de la gnosis, que habla de que en realidad este mundo fue creado por el Demiurgo.

Según esta filosofía, el Demiurgo es el creador del mundo material, pero no es el Dios supremo o verdadero.

Es el Dios del Antiguo Testamento, con cualidades de psicópata.

Es arrogante, engañoso, manipulador… y su único objetivo es mantener nuestras almas encarceladas en la materia para alimentarse de nuestra energía.

Esta visión del mundo, aunque me cuadraba más, me generaba muchísima ansiedad y desesperanza.

Además, no lograba entender cómo si nuestras almas eran todopoderosas, cómo podía habernos engañado un dios inferior para encerrarnos.

Y sobre todo, mi mayor duda… se suponía que éramos eternos e increados.

¿Cómo carajo habíamos aparecido?

Sir James Jeans, físico y matemático, dijo:

“Parece que el universo fue diseñado por un matemático puro.”

Y no es el único científico que ha llegado a la conclusión de que es imposible que no haya una conciencia detrás de toda la creación.

Un Curso de Milagros es el único libro al que no le he encontrado ninguna incoherencia.

Dios, el único Dios que hay, sí que es omnipotente, omnisciente y omnibenevolente.

Y nos creó a su imagen y semejanza: perfectos, eternos, inocentes y amados.

Pero nosotros elegimos experimentarnos separados de Él.

Y elegimos crear el mundo de la materia.

La única forma de experimentarnos separados de Él era con cualidades opuestas a Él.

Por eso creamos un mundo perecedero donde habita el mal.

El Demiurgo es, en realidad, el ego, que se ensalza a sí mismo como si fuera un dios, cuando en realidad es tan solo una locura colectiva que hemos creado.

Cuando comencé mi proceso de sanación emocional y empecé a trascender las barreras del ego, mi cuerpo comenzó a sanar.

No solo sané de todos los síntomas de mi enfermedad autoinmune.

Sino que llevo desde 2020 sin tener que pisar un fisioterapeuta.

El ego quiere que te identifiques con el cuerpo y con la materia.

Lo único que desea es tu vaciado espiritual.

Porque si tú recuerdas quién eres en realidad, él desaparecerá.

Al elevar nuestro nivel de conciencia, no solo dejamos ir las emociones atrapadas.

Sino que hacemos espacio para que comience a fluir la verdad que somos.

No somos débiles, sino fuertes.

No somos inútiles, sino capaces de todo lo que nos propongamos en la vida.

No somos perecederos, sino eternos utilizando un vehículo en la materia llamado cuerpo.

No somos el vehículo, somos los perfectos Hijos de Dios.

El ego se resiste con todas sus fuerzas a creerlo.

Yo también lo creí y eso me llevó a un sufrimiento horrible.

Pero cuando elegí escuchar a la voz que no habla de separación sino de unión, mi vida cambió.

Sané física y mentalmente.

Encontré la paz y recuperé la alegría en mi vida.

Ahora mi obsesión es transmitir esto a la gente.

Y el regalo que recibo cada día es el de nuestros alumnos transformándose.

Tú también puedes lograrlo.

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