Una clienta nos contaba que esta semana había tenido un conflicto con su pareja.
Había surgido un cúmulo de circunstancias que enmarañaron lo que iba a ser un buen plan.
Era como si la vida pusiera una traba tras otra para que no comieran juntos antes de salir de viaje.
Tuvieron que cambiar el plan varias veces por WhatsApp.
Ayyy el WhatsApp…
No sé si entorpece más que ayuda.
Porque cuando él apareció donde habían acordado, llegó enfadadísimo.
Ella no entendía nada y él estaba súper dolido.
Tanto, que no quería ni hablar.
Había malinterpretado un mensaje de ella.
Y por más que ella le pedía que volviera a leer la conversación, él se negaba.
El aire se cortaba en el ambiente del coche durante el viaje.
Pero, a pesar de todo, ella pudo mantener la calma en todo momento.
Nos comentó que esta misma situación, en el pasado, le hubiera dolido mucho.
Le pasó con anteriores parejas y tenía la tendencia a culpabilizarse.
Pero gracias a las sesiones con nosotros, se lo tomó de forma diferente.
Esta vez no se sintió culpable, ni estalló en una discusión.
Pudo regularse en el momento y comprender rápidamente qué le estaba afectando a ella.
Identificaba que venía de su infancia, de cuando sus padres le cambiaban de planes sin decir nada.
Y aunque ha sido un gran avance, porque no ha entrado en el juego del ego de la discusión, el ego estaba urdiendo un nuevo plan:
Hacerle comprender lo que ocurría… sin terminar de dejarlo ir.
Obviamente hizo lo mejor posible en esa situación.
No podemos pararnos a dejar ir en medio de un restaurante, con prisas por un viaje y estrés por el trabajo.
Lo que logró fue digno de ovación.
Pero no podemos conformarnos.
Si cuando tienes tiempo y te relajas no te paras a dejar ir las emociones que han surgido, el patrón se irá repitiendo una y otra vez.
Al principio no te darás cuenta.
Comprenderás el origen y te quedarás más o menos tranquilo por no estallar.
Pero cuando veas que la misma situación se repite decenas o centenares de veces…
Acabará desatándose Hulk.
Porque te hartarás de estar viendo cómo, una y otra vez, se te repite lo mismo que viviste en tu infancia.
Y comprender no sana.
Dejar ir sí.
Por eso la hemos acompañado para que se enfrente a esas emociones que no pudo procesar.
Y vaya si había mandanga…
Esto era mucho más profundo que simplemente lo que vivió en su infancia.
Todo eran patrones heredados.
Era un cóctel de emociones no procesadas por ancestros, que se representaba en esa situación.
Una a una las ha dejado ir hasta quedarse en paz.
Y poder recordar todo lo sucedido desde un estado de neutralidad real.
Desde el reconocimiento de su propia valía.
Y la certeza de que el amor no exige sacrificio.
Ya no necesita repetir el patrón.
Ya no es posible que se repita.
Ahora tiene las puertas de par en par, para experimentar el amor como antes no había podido hacerlo.
Es el mejor regalo que ella podía haberse hecho en su vida.
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