¿Sigues dentro del tarro?

Desde que vivimos en el campo, la primavera es agridulce.

Por un lado, es la mejor época del año.

Temperaturas suaves que nos hacen desear que se pare el tiempo.

El campo reverdece y se produce una explosión de vida.

Las plantas crecen y florecen, contagiando de belleza todo el paisaje.

Los pájaros cantan sin parar, regalándonos una sinfonía ideal.

Pero, por otro lado, la explosión de vida viene acompañada por explosión
de insectos.

Moscas, mosquitos, pulgas, garrapatas…

Y como nuestros gatos son libres de entrar y salir de casa cuando les dé la
real gana, suelen traer compañía.

Dejamos de ponerles collares antipulgas cuando vimos que les habían
dejado la piel en carne viva.

Y las pipetas no les hacen efecto, por muy buenas y caras que sean.

Aquí las pulgas y garrapatas son a prueba de balas.

Las garrapatas, dentro de lo que cabe, son más fáciles de atrapar.

Tienen un tamaño lo suficientemente grande como para verlas fácilmente y
caminan lentamente.

Pero las pulgas… ayyyy, las puñeteras pulgas…

Son ridículamente pequeñas, apenas unos milímetros, lo que las hace
prácticamente imperceptibles.

Son extremadamente ágiles y rápidas.

Encima, a la mínima que detectan movimiento o ligera presión, saltan.

Y pegan unos señores saltos de entre 20 y 30 cm de altura.

Son escurridizas a más no poder.

Y si tienes la fortuna de atraparlas, no son aplastables como cualquier otro
insecto.

Su exoesqueleto es tan duro, que sobreviven incluso cuando intentas
aplastarlas con los dedos.

Lo peor es que, como los gatos traigan alguna y se cuele en la cama,
amanecemos acribillados a picaduras.

Pero ya nos conocemos la estrategia infalible.

Se echa todo a la lavadora y esparcimos tierra de diatomeas por el suelo de
la casa.

La tierra de diatomeas es un polvo fino, blanquecino, hecho de microfósiles
de algas (diatomeas).

Al entrar en contacto con la pulga, raspa su exoesqueleto y absorbe la
humedad del cuerpo, causando una muerte lenta por deshidratación.

El caso es que el otro día me contaron un experimento que no sé a quién
carajo se le ocurriría.

Alguien que debía de aburrirse profundamente atrapó un montón de pulgas
y las encerró en un tarro.

¿Cómo lo hizo? MIS-TE-RIO.

El aburrimiento le haría desarrollar una agilidad portentosa.

El caso es que las pulgas saltaban y saltaban, chocándose contra la tapa
del tarro.

Las tuvo encerradas durante una semana.

Fíjate si son resistentes que aguantaron vivas sin comer y sin beber.

Y a la semana abrió el tarro, pero ninguna se escapó.

Se habían chocado tantas veces contra la tapa, que ya no lo volvieron a
intentar.

De niños tenemos unas capacidades tan alucinantes como las de las
pulgas.

Y nuestra energía y vitalidad es tan odiosa para los adultos, como lo son las
pulgas para mí.

La espontaneidad y la inocencia son odiadas profundamente por egos
castrados y limitados.

Cuanto más retorcida sea la mente del adulto, más deseos tendrá de echar
a los niños alguna tierra de diatomeas que deshidrate su energía
lentamente.

Normal que ahora den medicamentos contra el TDAH como si fueran
caramelos…

Pero la gran mayoría simplemente repite el patrón que ha heredado de su
familia.

Odian la forma que tuvieron sus padres de educarlos, pero se encuentran
haciendo exactamente lo mismo.

Y esto es porque, en nuestra mente, seguimos teniendo esa tapa contra la
que luchamos en la infancia.

Límites físicos, mentales, emocionales, morales…

No hagas esto, no hagas lo otro…

Y cuando lo haces, eres castigado.

Castigos brutales como el maltrato físico.

Castigos psicológicos como son los insultos o desvalorizaciones.

Castigos pasivo-agresivos como es la retirada del amor.

Así que, de adulto, cada vez que quieres dar un paso para salirte del
molde, tu inconsciente te frena para que te quedes en el tarro.

Y no sabes por qué, hagas lo que hagas, acabas en el mismo lugar físico,
mental o emocional.

Esto se debe a que conservas la tapa del tarro.

Pero, como todo, se puede dejar ir.

Y podrás ser libre para hacer lo que te dé la real gana.

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